Hace unas semanas, y conversando con varias personas de la dirección de una empresa, surgía de nuevo este tema que pudiéramos titular como “la insatisfacción por reconocimiento”. Y esta vez llegó desde un lugar suficientemente diferente para que se disparan otras ideas con las que he convivido de manera habitual pero a las que no había podido hacer el caso que, creo, se merecían. Empecé a cuestionar la necesidad y la pertinencia de “reconocer”.
En esta reunión la persona que lidera el proyecto y que, desde mi punto de vista, ha desarrollado una sensibilidad clara por una gestión cercana y de cuidado, compartía una frustración que puedo resumir en este momento como:
“Cuando felicitó a unas personas es como si las otras se volvieran celosas y necesitarán de validación y reconocimiento también”
“A veces valoramos y reconocemos las acciones más visibles. Acabamos dando más recursos a estas partes más brillantes que siguen cosechando “éxitos”. En paralelo otras tareas, menos visibles pero igual de cruciales para la organización, no reciben la misma atención”
“Hay personas que se irritan cuando reciben un reconocimiento. Es como si les doliera. La sensación es que sienten como si te pusieras por encima de ellos cuándo valoras su trabajo. No es mi intención”
Hace unos días, cuando este post esperaba pacientemente que lo retomará, mi colega y amiga Elena Palma escribía este post en el blog de Emana. Citaba a Bowlby y a Adler.
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