Zaragoza mediados de Julio. Son las 9 de la mañana y vamos saludándonos con verdadero afecto en torno a un café. Vamos a trabajar todo el día compartiendo nuestras experiencias en los últimos meses y desentrañando algunas claves de nuestra profesión. Somos consultores y consultoras y nos decimos artesanas.
Uno por uno, siguiendo las líneas que habíamos escrito con anterioridad en un documento compartido en la nube, fuimos compartiendo el momento en el que estamos, los proyectos en los que invertimos nuestra energía, luces y sombras.
Creo que fue a última hora de la mañana cuando una compañera señaló como algunas demandas de nuestros clientes solo se podían entender desde una suerte de Pensamiento Mágico: “Te piden que des una vuelta a su proyecto en un mes, que se duplique la venta, que las personas trabajen más motivadas,…” Se refería a encomiendas imposibles y yo escuchaba también la complejidad de los procesos, las expectativas que configuran realidades, los proyectos como una suerte de destino compartido entre cliente y consultor/a, el éxito como el resultado de apuestas personales, dinámicas colectivas y azar,…
Y entonces declaré ante mis compañeros y compañeras que mi propósito en estos momentos era desentrañar los secretos del Pensamiento Mágico para usarlo de manera más consciente en los procesos de acompañamiento a personas, equipos y organizaciones. Me recordaba una amiga esta tarde el primer libro de aproximación a las organizaciones desde la mirada sistémica, aquel “El mago sin magia” de Mara Selvini. Amalio que está entrenado, entre otras batallas, en la sistematización y paquetización de procesos complejos le dió un nombre a esta vocación: “Magic Thinking Officer”. (Un guiño a nuestro amigo Fernando de la Riva un verdadero “fan” de los anglicismos)