Un día más la nariz de Martin, el pequeño de la casa, amanece llena de mocos. Además la noche ha sido larga, insomne y llena de toses. Parte de la culpa de que Morfeo se hubiera apartado de mi cabecera durante tres largas horas (habría que descontar las del sofa dando palmadas en la espalda de mi hijo) es de la pregunta: ¿y mañana que hacemos?
Esta vez me ha tocado a mi renunciar a mis deberes profesionales. Intentar medir quien lo hace más veces a lo largo del año creo que sería una trampa, prefiero decir que es mi chica. Hasta aqui no parece que vaya a romper ninguna barrera, ni que vaya a transmitir un valiente testimonio para reivindicar la igualdad de oportunidades. No es mi intención.
Quiero reflexionar sobre algo que he compartido alguna vez con amigos y amigas. Creo recordar que era Jorge Barudy cuando en una colección de libros sobre resiliencia (termino popularizado y explorado en lo que ha construcción personal se refiere por Boris Cyrulnik) hablaba de los componentes más «quimicos» que se despertaban en hombres y mujeres ante la experiencia de la paternidad-maternidad.
Voy a sintetizar luego es muy posible que me equivoque. Venía a decir algo así como que los hombres partiamos de una quimica (creo recordar que hablaba de generación de hormonas) mucho más preparada para la defensa, más agresiva. A las mujeres, y siempre desde una perspectiva puramente biologica y ante la experiencia de la relación de intimidad con nuestros vastagos, las luces que se encendían tenían que ver con el cuidado y el afecto.
Lo más interesante, a mi entender, es que tras el trabajo de investigación habían demostrado que esta fotografia no era fija y que a medida que el hombre se responsabilizaba de tareas de cuidado e invertía tiempo en esta experiencia, las sustancias que su cuerpo segregaba eran las mismas que las del cuerpo femenino. Es decir la marea del afecto podía más que la del «ardor guerrero».
Se me ocurren varias ideas desde la experiencia del cuidado y la lectura de algunos de estos datos refutados cientificamente y cuando menos provocadores:
- A veces me ha costado compaginar (conciliar puede llamarse también aunque no entraré al mundo de los equilibrios de tiempo y energia que es otro tema) estas emociones entre el mundo laboral y el del hogar. Se que no es una experiencia masculina. Que las mujeres llevan moviendose entre la casa y el trabajo y cambiando de registros desde hace decadas. Solo llamo la atención de mi experiencia , que si es masculina, y que quiere aportar en el debate sobre la conciliación la experiencia de las dificultades para equilibrar emociones tan diferentes.
- No todo esta perdido. Los «hombres tronco» tenemos de nuevo otra oportunidad para engrasar nuestras rigideces y dejarnos llevar por las emociones, haciendolas un hueco justo (de justicia, no apretado) en nuestro día a día. Orientados a menudo a la tarea, nos brinda la posibilidad de seguir explorando en el mundo de la relación y lo significativo. Esto es oro molido para el trabajo en equipo, el liderazgo, la creatividad, la innovación,…