En lo que yo conozco de novela negra hay dos recursos que se repiten hasta ser una seña de identidad. Una es la descripción minuciosa. El protagonista deambula por un barrio y nos regala todos los detalles de ese escenario. Otro, que me interesa especialmente ahora, es el del soliloquio. El detective comparte la conversación que tiene consigo mismo durante buena parte de la aventura. Es la forma que tenemos de seguir sus pesquisas, como une datos,… Es como si pudiéramos acceder a la madriguera de su cerebro. Tenemos el privilegio de conocer en tiempo real su aproximación por cadena de hipótesis.
Es también una forma especial de conocer al personaje. Vemos lo que hace y de alguna forma entendemos porque lo hace.
Pongámonos en modo novela negra. (Para los que tengamos algunas décadas igual nos puede servir desenterrar a Mike Hammer y esos primeros minutos de cada capitulo) Continuamente conversamos con nosotros mismos como queriendo unir puntos distantes y desordenados.
A veces este ejercicio sirve para recordar y aprender y otras para planificar y dar estructura a los siguientes pasos. Otra buena parte del tiempo sirve, como avanzábamos, para echar de menos un pasado que hemos disfrazado y tener miedo a un futuro que esta por construir.
Además este juego de solitario mitad azar, mitad “mehagotrampasamimismo” se convierte, como a veces ocurre en la novela con el personaje principal, en la idea más cercana a lo que entiendo que soy. La edición más alta de lo que soy, mi yo pensante, mis ideas, mi lucidez,… Cuando a menudo se trata de una suerte de redes de araña.
El concepto “presencia” aparece cada vez con más frecuencia en mis búsquedas. El marco de la teoría U y el trabajo de Otto Scharmer y Arawana Hayashi, la idea de “docente presente” de Daniel Pennac, Erick Tholle y su propuesta en el best seller “El poder del ahora”…
Lo hacemos de manera intuitiva. Cuando nos desvelamos una noche construyendo historias que comienzan mil veces sin terminar, nos levantamos, bebemos algo de agua y damos a toda esta conversación un lugar, nos rescatamos y nos diferenciamos de ella.
Conectar con nuestro cuerpo, con un nosotros más completo dónde estas conversaciones mentales son solo una parte de lo que somos, es una propuesta que viene a nosotros de manera cíclica y conectada con saberes ancestrales.
Comenzaba a escribir este post rodeado de olor a especias de una taza que reposaba entre mi brazo izquierdo y mi regazo, calor, cierto hormigueo en las manos, mis ojos disfrutando más cerrados que abiertos, respiración lenta, estomago algo contraído, picor entre los dedos del pie derecho…. Aqui y ahora.
No podía escribir sobre el cuerpo sin compartir esta visión. Hay muchas experiencias en marcha para INCORPORAR este saber. Yo hoy os recomiendo la lectura del libro “La sabiduría de la Inseguridad” de Alan Watts con el que he disfrutado mucho en este verano.
«Por ejemplo no decimos “yo soy un cuerpo”. Decimos, “yo tengo un cuerpo”. De alguna manera no pareciéramos identificarnos con todo nuestro ser. Yo digo “mis pies”, “mis manos”, “mis dientes”, como si fueran algo externo a mí, y hasta dónde puedo darme cuenta, la mayoría de la gente siente que son algo a mitad de camino entre las orejas y un poquito más atrás de los ojos, dentro de la cabeza, y desde este centro pende el resto»
Alan Watts
Si os interesa profundizar no os podéis perder las propuestas formativas que esta articulando María Carrascal EMANA. En Setiembre Arawana Hayashi en Madrid.