Maider Gorostidi y yo nos encontramos a veces en la mudanza de un amigo, otras yendo al medico en el casco viejo, otras charlando sobre los espacios, su configuración y el impacto en las dinámicas personales y organizacionales incluso compartiendo proyectos profesionales. Curiosamente aun tenemos ganas de seguir encontrándonos.
El otro día dimos con otro cruce de vidas. Compartíamos, cada uno en un lugar del mapa y en un año diferente, una pequeña experiencia en un proyecto de cooperación al desarrollo (cualquier adjetivo a esta labor en un momento en el que el mundo parece “patas arriba” suena cuando menos curiosa).
Además coincidíamos en algunos aprendizajes y como andamos enredándonos nos emplazamos a escribir un post a cuatro manos o dos a dos. Aquí va mi parte de la historia.
Yo estuve en Mozambique, tres meses en el año 1996. La experiencia fue dentro de un programa de Gobierno Vasco que llamaban “jóvenes cooperantes”. Cuando volví fui parte de un pequeño acto reivindicativo y critico con el modelo de cooperación publica. Lo cuento ya para que no ocupe más y para compartir que esta doble cara enfadada y apasionado (algo así me decía mi amigo Raul el otro día) viene de lejos.
Cuando llegue no me esperaba nadie. Estuve a punto de hacer noche en un hotel dónde me hubiera dejado todo el dinero para tres meses en una sola noche. Comenzábamos bien. No recuerdo que es lo que me daba más miedo el lujo o la pobreza. Para ser sincero, el lujo me espantaba pero lo que ocurría fuera me asustaba.
El proyecto en el que aterrice finalmente era un hogar para “meninos de rua”. Crios y crias que vivían en la calle, habían perdido a sus familias en la guerra y vivían buscándose la vida por las calles de Maputo. Muy duro y cotidiano a la vez. Fue un viaje con muchas caras.
Algo contaba en este post sobre mi pelea con la lengua y la oportunidad para el silencio. Tuve que darme prisa porque había cosas sobre las que necesitaba hablar.
Era un recurso educativo y sin embargo mi perfil no era del interés de las personas gestoras del centro. Sabían en que podía ayudar un ingeniero, alguien hábil con las herramientas. Sin embargo la sensación era de overbooking educativo. Como si fuera solo de sentido común acompañar chavales. Ya empecé a conocer la pelea entre la especialización y la transversalidad. Controlábamos el comedor (sobre esto escribiré otro día. Impresionante), sustituíamos al profesorado estresado, acompañábamos a los chavales en largas jornadas de limpieza eterna e imposible de terrenos y fabricábamos ladrillos (esto creo que también lo hacía Maider, ¿no?)
Había varias batallas abiertas. Por un lado, lo comentado, sonaba a falta de reconocimiento a un saber. Lo relacional, el proceso por el que las personas crecemos, parecían ser terreno conocido y sin lugar a mejora o contraste. Y además, un clásico en lo que a educación se refiere (solo hace falta mirar la legislación a lo largo de estas ultimas décadas), había diferencias en la manera de entender el lugar del educador en este proyecto.
Es de libro que quién llega de fuera para un estar un rato ve cosas que las personas que ya estaban dejaron de ver y también es capitulo de la misma publicación que una cosa es ver y otra es poner en marcha un proceso de cambio sostenible en el tiempo.
Me resuenan hoy muchas cosas de esta experiencia vieja. No explico las conexiones porque os considero personas creativas y conectoras. 😀 😀 😀
En esta realidad yo aproveche al máximo los pequeños/grandes espacios informales. Me pelee si, pero sobre todo jugué al fútbol, aprendí a tejer balones con bolsas de plástico, talle madera, dibuje, charle largo, intenté aprender el dialecto zulú autóctono,… Fue allí dónde pude encontrarme de otra manera y dónde, yo creo, nos impactamos con más fuerza.
Tu turno Maider
4 comentarios para “Aprendizajes de un joven en Africa. Experiencia cruzada con Maider Gorostidi”
Maider
Tomo el testigo, compañero…
Asier Gallastegi
Dele, dele,…
Iván
Buenas reflexiones Asier, de esas que marcan. Sin duda son de esas contradicciones del mundo que tenemos ahí fuera. Un abrazo
Asier Gallastegi
El experto en choques culturales es usted. 😀 😀 😀 Un abrazo Iván