Maider Gorostidi y yo nos encontramos a veces en la mudanza de un amigo, otras yendo al medico en el casco viejo, otras charlando sobre los espacios, su configuración y el impacto en las dinámicas personales y organizacionales incluso compartiendo proyectos profesionales. Curiosamente aun tenemos ganas de seguir encontrándonos.
El otro día dimos con otro cruce de vidas. Compartíamos, cada uno en un lugar del mapa y en un año diferente, una pequeña experiencia en un proyecto de cooperación al desarrollo (cualquier adjetivo a esta labor en un momento en el que el mundo parece “patas arriba” suena cuando menos curiosa).
Además coincidíamos en algunos aprendizajes y como andamos enredándonos nos emplazamos a escribir un post a cuatro manos o dos a dos. Aquí va mi parte de la historia.
Yo estuve en Mozambique, tres meses en el año 1996. La experiencia fue dentro de un programa de Gobierno Vasco que llamaban “jóvenes cooperantes”. Cuando volví fui parte de un pequeño acto reivindicativo y critico con el modelo de cooperación publica. Lo cuento ya para que no ocupe más y para compartir que esta doble cara enfadada y apasionado (algo así me decía mi amigo Raul el otro día) viene de lejos.