El cuerpo (3 de 6)

En lo que yo conozco de novela negra hay dos recursos que se repiten hasta ser una seña de identidad. Una es la descripción minuciosa. El protagonista deambula por un barrio y nos regala todos los detalles de ese escenario. Otro, que me interesa especialmente ahora, es el del soliloquio. El detective comparte la conversación que tiene consigo mismo durante buena parte de la aventura. Es la forma que tenemos de seguir sus pesquisas, como une datos,… Es como si pudiéramos acceder a la madriguera de su cerebro. Tenemos el privilegio de conocer en tiempo real su aproximación por cadena de hipótesis.

Es también una forma especial de conocer al personaje. Vemos lo que hace y de alguna forma entendemos porque lo hace.

Pongámonos en modo novela negra. (Para los que tengamos algunas décadas igual nos puede servir desenterrar a Mike Hammer y esos primeros minutos de cada capitulo) Continuamente conversamos con nosotros mismos como queriendo unir puntos distantes y desordenados.

A veces este ejercicio sirve para recordar y aprender y otras para planificar y dar estructura a los siguientes pasos. Otra buena parte del tiempo sirve, como avanzábamos, para echar de menos un pasado que hemos disfrazado y tener miedo a un futuro que esta por construir.

Además este juego de solitario mitad azar, mitad “mehagotrampasamimismo” se convierte, como a veces ocurre en la novela con el personaje principal, en la idea más cercana a lo que entiendo que soy. La edición más alta de lo que soy, mi yo pensante, mis ideas, mi lucidez,… Cuando a menudo se trata de una suerte de redes de araña.

El concepto “presencia” aparece cada vez con más frecuencia en mis búsquedas. El marco de la teoría U y el trabajo de Otto Scharmer y Arawana Hayashi, la idea de “docente presente” de Daniel Pennac, Erick Tholle y su propuesta en el best seller “El poder del ahora”…

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