Esta tarde ha muerto mi tío Sabin. La noticia de su muerte nos ha pillado a muchos primos en el mismo lugar. Hace años que nos reunimos entorno a una mesa una vez al año. Creo que la primera convocatoria tuvo que ver con el cansancio de solo coincidir en funerales.
Estábamos avisados. Había ingresado hacia unas horas y las cosas estaban claras desde el principio. Hemos seguido con nuestra comida, teñidos por la noticia y esperando un mensaje que nos alcanzaba cuando salíamos dirección a nuestras casas.
Las entradas y salidas en la vida son mucho más mágicas que los despegues y aterrizajes. En el primer abrazo a un recién nacido dónde esta todo por vivir y el llanto acompañado de una caricia a esa persona con la que lo construiste todo se mueven cuerdas imposibles de describir.
Sabin ha sido el ultimo de los hermanos “Gallastegi Doñabeitia” en morir. Antes se fueron Irune, Gaizka (mi padre), Eloi y Eukeni. Cada uno diferente, con sus maneras de estar, hacer, sentir y además marcados por una historia común, grabados a fuego por un baño de vida intensa y compartida.
Hace un año celebraba su 80 cumpleaños consciente que en la fotografía final de fiesta él se había convertido, tras la muerte de su hermano mayor, en el “superviviente”.
En la sobremesa tras la comida hemos vuelto a recordar la historia de la familia. El pistoletazo de salida ha sido ese tío de nuestro aitxitxe Alejandro (abuelo) que fue lego en una comunidad religiosa y sastre y cómplice del Papa Pio XII. (En la basílica de Begoña en Bilbao aparece en uno de los cuadros.) A partir de ahí hemos recordado los periplos de la familia de nuestros padres que bailaron durante buena parte de su niñez y juventud al baile tocado a medias por la guerra civil y las pasiones políticas de su padre.
De Bilbao refugiados en Francia (Guethary), desde allí buscando refugio y sustento en la familia de Elorrio, destierro en Madrid y vuelta a Bizkaia, esta vez a Algorta, abandonándolo todo en cuanto hubo permiso para volver. Los datos más concisos los aportaba mi tía Bego, mi ama aportaba alguna idea y luego los primos recordábamos las batallas que habíamos escuchado mil veces, además de recordar la peluca de la tía Vitori y la verruga de alguna familiar de la que no conseguimos rescatar su nombre.
Mi tío ha muerto cuando una veintena de personas íbamos reconstruyendo la historia de su familia. Cuando los de hoy rescatábamos de la memoria a los de ayer, mientras los de mañana correteaban entre nosotros.
Tenemos permiso para creer en lo que queramos. Yo hoy quiero creer que el murmullo de nuestra conversación, más la música que la letra, más la emoción y las ganas de saber que los concretos, nuestro respeto y honra, hayan podido acompañar al tío. Y de alguna manera, más magia todavía pero es mi fantasía, pudieran resonar en la memoria del resto de sus hermanos, nuestros mayores.
Goian bego